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Los adversarios de la ciudadanía de Fernando Savater

Fernando Savater una vez más haciendo un llamado a ese aspecto fundamental de la formación: la ciudadanía.

Fuente: El País http://t.co/mQQuODLQ

El tiempo tiene sus paradojas, como el espacio, y en el mismo momento coinciden a veces instancias opuestas. Un par de días después de enterarnos que Martha C. Nussbaum había ganado el Premio Príncipe de Asturias, se filtraron en la prensa los detalles de las modificaciones que el Ministerio de Educación va a imponer al temario de la maltratada asignatura de Educación para la Ciudadanía, que entre zarandeos varios ha perdido hasta el nombre. La paradoja de esa coincidencia estriba en que Nussbaum es una decidida propugnadora de la formación cívica que debe incluir la educación en nuestras democracias. Frente a quienes pretenden (sobre todo ahora, en época de crisis) que la educación debe centrarse solamente en la instrucción en materias de aplicación práctica con perspectivas laborales, ella sostiene que “no nos vemos obligados a elegir entre una forma de educación que promueve la rentabilidad y una forma de educación que promueve el civismo. La prosperidad económica requiere las mismas aptitudes necesarias para ser buen ciudadano”. Una observación tanto más pertinente cuando estamos viendo hasta qué punto la ciudadanía deficiente, tanto la de los especuladores financieros como la de quienes rehúyen los impuestos o malbaratan los servicios públicos, se convierte en causa de desastre social. El libro en que Nussbaum hace esta constatación se llama: Sin fines de lucro (ed. Katz), pero podemos decir también que la carencia de formación cívica es tan dañina para la riqueza social como para los demás aspectos de nuestra convivencia.

En esta obra, Nussbaum pasa revista a centros escolares y universitarios de diferentes latitudes. Hace especial mención de la India y de las sugestivas teorías educativas de Rabindranath Tagore, de cuyo nacimiento acaban de cumplirse precisamente 150 años. Hablando de las deficiencias de formación en ese país, recoge un testimonio que bien podría también asignarse al nuestro: “La mayoría de ellos (los escolares) fueron criados con la idea de que conseguir un buen trabajo es el objetivo principal de la educación. El concepto de que las personas deben aprender cosas que las preparen para ejercer su ciudadanía de manera activa y reflexiva es una idea que jamás se les cruzó por el camino”. En un libro anterior y más extenso, Cultivar la humanidad, la autora sostiene la importancia para el civismo de combatir los prejuicios sexistas y rechaza expresamente la acusación de “adoctrinamiento” que suele darse a tales planteamientos. Más allá de que sus opiniones puedan y deban ser discutidas, puesto que como se exponen argumentadamente buscan serlo, uno no puede por menos de felicitar a la profesora Nussbaum por su precaución de nacer en Nueva York y dar clases en Chicago. Gracias a ello su reputación, por polémica que sea, la ha merecido el Príncipe de Asturias. Si por descuido hubiese nacido aquí y diera clases en un instituto de Leganés, ahora quizá lamentase que no le hubieran renovado el contrato por subversiva…

«Ya se sabe, ideología es lo que tienes tú, mientras que lo mío es razón»

Con la Educación para la Ciudadanía, el problema es que en España todo el mundo ha boicoteado la asignatura. Como soy de los que lucharon por una educación cívica desde mucho antes que Zapatero y su gobierno estuviesen en la mente del Señor, puedo asegurarles que la izquierda se oponía a ella con no menos empeño que después la derecha clerical. ¡Cuántas veces hemos tenido que oír esa memez de que iba a ser una nueva versión de la Formación del Espíritu Nacional! Según ese razonamiento, debería haberse suprimido la asignatura de historia del bachillerato, puesto que la profesada por el franquismo era tendenciosa… Lo que por lo visto resulta inaceptable en este país es formar ciudadanos no de izquierdas o de derechas, sino capaces de saber lo que necesaria y constitucionalmente todos compartimos para después ser capaces de elegir razonadamente sus preferencias políticas.

Cada cual tacha de “ideológicos” los aspectos del posible temario que le contrarían: ya se sabe, ideología es lo que tienes tú, mientras que lo mío es razón. Intentar convencer a políticos o medios de comunicación sectarios de que tan reaccionarias son las “sensibilidades” que se ofenden por la denuncia de la homofobia como la de quienes se sublevan al oír hablar de “nacionalismos excluyentes” es tiempo perdido. Cada cual tiene su Iglesia y nadie va a apearse de su superstición favorita…y favorable. Y peor si intentamos —como sería imprescindible en esa asignatura bien entendida— decir algo sensato sobre cómo funcionan las leyes y los tribunales que, con aciertos y errores, deben aplicarlas. ¡Pero si entre nosotros figurones políticos o mediáticos admiten que las sentencias deben atenerse al clima político del momento y no a las circunstancias legales de cuando se cometieron los delitos o infracciones! No hay mejor argumento a favor de la Educación para la Ciudadanía que los debates en que se discute su verosimilitud o sus contenidos. Pero también dejan claro que ya la asignatura llega demasiado tarde y que no hay modo de salvarla de sus variopintos adversarios. Sólo cuenta con una mísera hora semanal y con una plétora temática recargada hasta el absurdo de detallismos maniáticos, que además cada Comunidad parece dispuesta a interpretar a su modo, es decir de acuerdo con los prejuicios de quienes la gobiernan. Ante esta situación, sólo cabe repetir la opinión clásica: “imposible la dejasteis, para vos y para mí”.

La carencia de formación cívica es tan dañina para la riqueza social como para los demás aspectos de nuestra convivencia.

No es solo la dificultad de consensuar los temarios: hasta los métodos mismos de evaluación conspiran actualmente contra la educación para la ciudadanía. Si a unos alumnos ya conformados para la fragmentación por el záping de imágenes y el apócope de twitter (cuyos modelos, como diría Cioran, son el telegrama y el epitafio) se les imponen pruebas tipo test, que excluyen la argumentación y los matices razonados, el resultado es bloquear el discurso cívico de corte “socrático”, según la nomenclatura de Martha Nussbaum. Como dice la laureada profesora norteamericana, “en tanto los exámenes estandarizados se convierten en la norma para evaluar el desempeño de las escuelas, los aspectos socráticos de los programas curriculares y de los métodos pedagógicos corren riesgo de quedar atrás”. Más bien tienden a desaparecer, diría yo.

Pero es de suponer que todo forma parte de un mismo proceso en el que los aspectos objetivos de la instrucción descartan o minimizan los elementos que predisponen a la persuasión y por tanto preparan para el debate. Hay que evitar la confrontación a fin de respaldar una unanimidad de criterio, impuesta de antemano y no resultado del equilibrio entre razones contrapuestas. Es aquí donde el ciudadano se extingue, como una fastidiosa reliquia del pasado improductivo. Ya no cuenta, ya no vale. Es muy significativo que sean las dos Comunidades que abiertamente han solicitado la retirada completa y definitiva de la Educación para la Ciudadanía —Madrid y Cataluña— las que se disputan el privilegio de dar albergue a ese proyecto de “Eurovegas” que alguien ha calificado con poca finura pero indudable precisión como “casa de putas”. En efecto, la formación de ciudadanos pareció por un momento una buena idea pero se ha revelado fuente de discordias, de modo que apostemos ahora por las putas. A ver si hay más suerte…

Gráfico de las 10 ESTRATEGIAS DE MANIPULACIÓN MEDIÁTICA de Chomsky

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Historia del feminismo: ¿emancipación de las mujeres?

La historia de las mujeres no es simplemente una parte de la historia del colectivo humano –tout court-. Su reconstrucción ha sido históricamente reciente y ha encontrado sus condiciones de posibilidad en determinados procesos y acontecimientos concernientes a las relaciones de poder.

Por su parte, la historia del feminismo no es la historia de las mujeres. Hay una historia de la emancipación de las mujeres porque, a lo largo de la misma, se ponen de manifiesto ciertas regularidades en la dominación de estas por los varones, así como en las formas de reaccionar de los colectivos de las féminas ante las diferentes modalidades de dominación y servidumbre que le son impuestas…

Especialmente relevantes para la evolución de la situación de las mujeres han sido las formas históricas de la familia: es en esta “estructura elemental del parentesco”, como lo afirmaría Claude Lévi-Strauss, donde identificamos los roles, los estatus de las mujeres y sus funciones. A su vez y en interacción con las mismas, encontramos los modos de producción y reproducción de la vida material, donde se constituyen ciertas modalidades de división del trabajo que asignan a las mujeres determinadas tareas. No es de extrañar, pues, que las formas que adopta la estructura familiar a lo largo de la historia y las que asumen la división sexual del trabajo, íntimamente relacionadas entre sí, diseñen el guion de la historia de las mujeres. Este guión tiene tramos más densos que corresponden, no ya a las coordenadas generales en que se inserta la vida de las féminas, sino a la especificidad de una historia de subyugación y exclusión que ha generado sus propias respuestas.

No se trata de victimizarnos sino de hacer ciencia, y, aquí, hacer ciencia es la forma concreta de hacer libertad. Las sufragistas, en su lucha épica por conseguir el voto, inventaron las huelgas de hambre, cuando, de los pies de los caballos iban a parar a los calabozos. Ello ocurría en el contexto del liberalismo, propio de los países anglosajones donde floreció el sufragismo ó lucha por el voto femenino, por el acceso a las profesiones… en suma, por todo aquello que haría de la mujer, simplemente, un ser humano. Antes, sin embargo, en el contexto del cartesianismo, se había articulado un feminismo que se configuró en su esfera, con una impronta fuertemente racionalista y en polémica con Roussseau. Estas corrientes vinieron a confluir en la Revolución Francesa encontrándose la propia vena libertaria más potente del ginebrino con los acordes más misóginos del jacobinismo. Olympe de Gouges escribirá en 1793 Los derechos de la mujer y de la ciudadana, pues los varones, identificados sin más con lo genéricamente humano, olvidaron incluir los derechos de las féminas como seres humanos sin más.

En 1848, fecha del movimiento comunista, tiene lugar en Estados Unidos lo que se denominó Acta fundacional de Séneca Falls (Declaración de sentimientos). El feminismo estadounidense extrae de sus entrañas liberales uno de sus productos más genuinos. Lo que no impide que en el seno de la lucha emancipatoria del nuevo continente surjan tendencias acordes con los referentes ideológicos genéricos de las luchas de las mujeres que las llevan a cabo. Así, habrá feministas socialistas en las filas del socialismo y el comunismo; del anarquismo, como Emma Goldman y Clara Zetkin, en las del comunismo que dialogó y colaboró con las militantes del “Feminismo Burgués”.

En Estados Unidos, después de la guerra se producirá una potente ola de liberación feminista de signo liberal. Dirigida por Betty Friedan, lúcida y potente líder, consiguió que salieran de su letargo y neurosis las amas de casas que habían sido devueltas a las labores del hogar después de haber desempeñado los trabajos masculinos durante la guerra. A esta nueva ama de casa ya no se le podía llamar “fregona” sino “directora gerente del hogar”. Pero la directora del hogar tecnificado languidecía, cada vez mas mujeres pedían puestos y actividades fuera del hogar y el feminismo liberal se radicalizó pidiendo cambios en la estructura social y familiar, y se llegó a poner en cuestión el tabú del incesto (Shulamith Firestone). Desde el punto de vista organizativo se autoconstituían por grupos compuestos por pocos miembros y se disolvían con facilidad- lo que les quitó una eficacia que sí pudo mantener el feminismo liberal-.

El feminismo socialista se ha centrado en la crítica al capitalismo y al análisis de la relación entre capitalismo y patriarcado. Heidi Hartmann y Zillah Einsestein son unas de las teóricas más sobresalientes en la investigación de esta problemática.

Otra corriente, procedente del psicoanálisis, se ha dedicado casi monográficamente a la introspección de la esencia de lo femenino. Considera que solo existe lo femenino y lo masculino, pero no lo genéricamente humano. Propone que cada sexo se autoafirme y no se mixtifique impostando ámbitos de neutralidad, a la vez que profundiza su sexualidad irreductiblemente original. La teórica más representativa de esta tendencia es la italiana Lucy Irigaray.

CELIA AMORÓS (Valencia, 1944) es Catedrática en el Departamento de Filosofía y Filosofía Moral y Política de la UNED. Premio Nacional de Ensayo en 2006 por La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias… para las luchas de las mujeres (Cátedra), es autora de títulos como Hacia una crítica de la razón patriarcal (1985), Feminismo y filosofía (2000) y Vetas de ilustración: Reflexiones sobre feminismo e islam (2009).

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Mafalda, vida de esta chica

Los libros todavía están ahí, cuarenta y seis años después, en un compartimento de la mesa de luz de mi madre, junto a unas chinelas que ella ya no volverá a usar. No es un espectáculo para sensibles: están rotos, las tapas entreveradas con las páginas, las páginas mezcladas entre sí. El más viejo es de 1966, un año antes de que yo naciera. El último es de 1973, el año en que empecé a leer de corrido. Fue por esos libros apaisados, de tapas de colores, publicados por la editorial argentina Ediciones de la Flor, que conocí a Mafalda, la historieta que había dibujado Quino desde 1962 y a lo largo de una década. Los descubrí a mis siete, hurgando, como siempre hurgaba —con una avidez de comadreja— por todos los rincones de la casa y, aunque mis padres me permitieron leerlos, me advirtieron que no los iba a entender porque no eran libros para chicos. Entonces no me pareció, pero años después entendí que era verdad: que esos no eran libros para chicos.

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Quino la dibujó por primera vez el 15 de marzo de 1962 y, aunque la versión nunca vio la luz —estaba destinada a ser publicidad subliminal de una marca de electrodomésticos— esa es la fecha del origen del mito. Cincuenta años después, el culto de Mafalda ha dado la vuelta al mundo. En el invierno de 1999, durante una entrevista en su casa de Buenos Aires, Quino me decía que nunca había imaginado tamaña vigencia y que a veces, cuando la gente se acercaba a saludarlo, podía sentir en ellos una suerte de tensión, de acusación velada: “La Mafalda es un dibujo, no es una persona de carne y hueso. Pero a veces me tratan como si hace veintiseis años hubiera matado a un grupo de nueve personas, los nueve personajes de la tira. A veces me tratan como si fuera un asesino”.

Quino no decía “Mafalda”. Decía “la Mafalda”. No como quien dice “el Quijote” sino como quien habla de una construcción.

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Psicoanalizando el mundo de Mafalda

TEREIXA CONSTENLA

Mafalda no tiene edad. Ella menos que nadie porque unos sitúan su nacimiento en 1962 y otros en 1963, cuando asomó la melena negra detrás del lazo más inocente del mundo (uno de tantos engaños del personaje menos ingenuo del tebeo) con fines publicitarios para promocionar electrodomésticos. Pero Joaquín Salvador Lavado, conocido mundialmente como Quino y padre de la criatura, prefiere fijar como fecha del natalicio el 29 de septiembre de 1964, cuando se publicó la primera tira en el semanario Primera Plana, de Buenos Aires. A Quino le van los equívocos: él mismo nació el 17 de julio de 1932 en Mendoza (Argentina), mientras que el registro oficial retrasa un mes el acontecimiento.

Mafalda no murió nunca, aunque Quino, preocupado por la pérdida de frescura y originalidad, dejó de crear sus tiras periódicas en 1973. Para entonces, el poderoso personaje —redicha, curiosa, solemne, inconformista, cabal— se había emancipado del creador, aunque lamafaldamanía alcanzaría proporciones universales en las décadas siguientes, con la publicación de sus libros en todo el mundo y la lluvia de honores y distinciones al dibujante. Como todos los grandes, Quino es humilde. “Es una persona absolutamente bondadosa y muy tímida que nunca intenta ser el más brillante”, subraya uno de sus mejores amigos en España, el dibujante Peridis. Del creador destaca su capacidad para inventar un mundo, “más difícil que hacer un personaje”, y su coherencia: “En Quino se da una total correspondencia entre lo que piensa, lo que cuenta y lo que dibuja; y jamás ha renunciado ni a ese estilo ni esa ideología”. Peridis siente debilidad por Manolito, que hereda de su padre tendero simpleza y tacañería y opina que “nadie puede amasar una fortuna sin hacer harina a los demás”. En los niños de Mafalda se reflejan vicios y virtudes adultas. Expresan con abrumador sentido común lo que han olvidado por alguna parte los mayores. “Yo, lo que quiero que me salga bien es la vida”, dice el metafísico Miguelito. “¿No sería hermoso el mundo si las bibliotecas fueran más importantes que los bancos?”, interpela Felipe, el más soñador. “No es cuestión de herir susceptibilidades, sino de matarlas”, sentencia Susanita, esa niña rancia, que repele porque siempre recuerda a alguien. Y el gran Guille: “¿No es increíble todo lo que puede tener dentro un lápiz?”. Colofón de la genuina Mafalda: “Como siempre; apenas uno pone los pies en la tierra se acaba la diversión”.

Llegué a Mafalda en 1973, el año exacto en que Quino dejó de dibujarla, de modo que lo primero que supe fue que todo lo que iba a tener de ella era limitado: diez libros. Pero, a mis siete, eso parecía inagotable, y lo era: recorrí, en los años que siguieron —mientras Perón moría en 1974, mientras empezaba la dictadura militar en 1976, mientras mi hermano heredaba mi triciclo y se rompía un diente, mientras yo aprendía a patinar con patines de rueditas, mientras toda mi familia seguía sin conocer el mar—, una y otra vez ese universo hasta aprenderlo de memoria. Pero sí podía reconocer en mi padre las angustias del padre de Mafalda; y en mí misma la depresión dominguera de Felipe; y en mi hermano menor la inocencia rampante del Guille, la madre era otra cosa.

“Me pregunto si cuando mi mamá era chica quería ser lo que es ahora”, se preguntaba Mafalda en una de las tiras. Después, decidida a salir de dudas, se asomaba al dormitorio donde su madre, rodeada de trapos y productos de limpieza, con el malhumor pintado en el rostro, limpiaba la mugre familiar. “¿Qué querés?” gruñía la mujer. Y Mafalda, con gesto resignado, decía “Nada, iba a comentarte de un chico al que casi le pasa no sé qué con el dedo y un ventilador, pero no importa”. En otra de las tiras, la madre limpiaba una biblioteca y se topaba con sus viejas partituras de piano: “Mis trece años. La profesora Giambartoli. Pobre. Ella creía que yo llegaría a ser una gran pianista”. Seguía limpiando hasta que, de pronto, se detenía y, con un gesto amargo, pensaba: “¿Pobre ella?”.

Entender que una madre podía dudar de sus elecciones —y quizás, incluso, arrepentirse—, fue un descubrimiento aterrador. A veces, mientras mi madre zurcía medias o fregaba los pisos o lavaba los platos, yo le preguntaba: “Mamá, ¿y vos qué querías ser?”. Y ella, elevando los ojos al techo, repetía: “Ay, dios mío, esta nena, esta nena”.

Digámoslo así: mi personaje favorito era Libertad —y toda su misteriosa familia— pero a mi madre Libertad —y toda su misteriosa familia— le parecía una tarada.

No eran, definitivamente, libros para chicos.

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Mafalda vivía en un departamento, un quinto piso de la calle Chile 371, en el barrio de San Telmo, en Buenos Aires. Yo vivía en una enorme casa con un enorme patio con un enorme olivo, y rosas, y naranjos, limoneros, en la ciudad de Junín, a 250 kilómetros de la capital argentina. Mafalda iba al colegio caminando y a mí me llevaba mi padre, después de servirme el desayuno en la cama. Mafalda se movía por una ciudad con rascacielos, smog, escaleras mecánicas, buses, atascos, ruidos. Yo vivía en una ciudad limpia y silenciosa, donde el edificio más alto tenía nueve pisos y la posibilidad de un atasco era ciencia ficción. Así que, desde mi realidad de provincias, la de Mafalda era una vida mundana, sofisticada, de independencia insolente y radical. Yo imaginaba que, cuando fuera adulta, me mudaría a Buenos Aires e iría a mi trabajo en esos buses, me sentaría a leer en esas plazas, compraría mi comida en esos almacenes y la comería en uno de esos departamentos, todas cosas que, sumadas a la posibilidad de respirarsmog —¡smog!—, me parecían el summum de la modernidad.

Pero, cuando viajé a Buenos Aires por primera vez, a mis 9 años, descubrí que, liberada de la línea fina con que la dibujaba Quino, la ciudad era otra cosa. No estaban allí las calles por las que Mafalda andaba con sus zapatos en forma de plancha, ni los parques de césped prolijo en los que Miguelito se ensoñaba panza arriba, ni los departamentos luminosos y enormes (el de Mafalda era infinito) con ambientes para cocinar, dormir, desayunar, cultivar plantas, mirar televisión. Las calles estaban rotas, los parques eran desprolijos, los departamentos ínfimos, el smog invisible. No es que fuera una ciudad fea: era peor: era una ciudad desconocida. Y, aunque vivo aquí desde hace años, Buenos Aires nunca ha dejado de ser una ciudad que todavía busco. Siempre le estoy corrigiendo aquel antiguo error de paralaje.

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Un día, cuando era muy chica, me pregunté cuantos años podría tener Mafalda. Y me di cuenta de dos cosas: una, que yo siempre había sido más vieja que ella, congelada como estaba en sus 6, sus 7 años. Otra, que ella no tenía edad posible: humana. Que no era adolescente ni adulta ni joven ni vieja ni, mucho menos, niña. Y, de pronto, la idea de que tuviera padres se me reveló monstruosa. Desde entonces, Mafalda me ha parecido una hija en concesión.

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Imagino, también, que en aquellos años Mafalda debió ser un caballo de Troya muy incómodo. La historieta estaba plagada de alusiones políticas que siguieron vigentes durante mucho tiempo y, aunque la mitad de esas alusiones sobrepasaban la comprensión de alguien que, como yo, había llegado a ellas a los siete años, un niño es una perfecta máquina de curiosidad y eso hizo que mis padres, como muchos otros, tuvieran que responder preguntas, irradiadas directamente de esas páginas, en años en los que aún preguntas más inocentes hubieran resultado radioactivas: ¿quién es Fidel Castro, qué son los derechos humanos, qué es la autodeterminación de los pueblos, qué es Cuba, qué es un sindicato, qué es la UN? A veces pienso que sería maravilloso tener un registro de todas aquellas respuestas de todos aquellos padres a todas aquella preguntas de todos aquellos hijos que, en la Argentina, empezamos a crecer entre el último gobierno de Perón y la dictadura militar de 1976; entre los colegios que no nos permitían llevar el pelo suelto y los libros prohibidos enterrados en el patio de nuestras casas; entre la euforia del mundial ´78 y los amigos de nuestros padres cuyos nombres había que decir en voz baja. A veces pienso que sería maravilloso tener un registro de todas esas respuestas porque nos ayudarían a saber quiénes eran, y quiénes éramos, y qué cosas hacían de nosotros.

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Feministas registran en el Congreso un manifiesto de repulsa a los PGE porque «resquebrajan» el Estado de Bienestar

 

MADRID, 26 Abr. (EUROPA PRESS) –

Representantes de organizaciones feministas han registrado este jueves en el Congreso de los Diputados, en compañía del líder de IU, Cayo Lara, de la parlamentaria de IU, Ascensión de las Heras, y de la diputada del PSOE, Ángeles Álvarez, un manifiesto de repulsa a los Presupuestos Generales del Estado (PGE) para 2012, firmado por unas 20 asociaciones, porque a su juicio «resquebrajan» el Estado de Bienestar y son «una tomadura de pelo».

En concreto, han registrado una copia del manifiesto, titulado ‘Contra el recorte en los PGE 2012 de las políticas de igualdad y del Estado del Bienestar’, para cada grupo parlamentario y esperan ser recibidos en el futuro para poder tratarlos.

Así, el texto denuncia que las cuentas del Estado representan una «regresión» en la promoción de la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, que los poderes públicos deben realizar en cumplimiento de la Constitución.

De hecho, cita las partidas destinadas al Instituto de la Mujer, que «descienden un 9,3 por ciento», así como aquellas relativas a la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, que se rebajan un «19,9 por ciento», o a las destinadas a la violencia de género, que descienden «un 21 por ciento».

MÁS MEDIDAS ESPECÍFICAS

Con todo ello, no sólo piden medidas específicas de igualdad en el manifiesto, sino también políticas generales que no discriminen a las mujeres ni por acción ni por omisión.

En violencia de género, Elena de León, de la Plataforma de mujeres en la diversidad de la Comunidad de Madrid, critica por ejemplo que, a pesar de que ya hayan fallecido un total de 15 mujeres en lo que va de año a manos de sus parejas, no se han incrementado las partidas en Justicia para más juzgados contra la violencia de género.

Mientras, en materia de Igualdad, otra compañera de la asociación, Elena Sigüenza, destaca que estas cuentas para 2012 son «antisociales» y por ejemplo hace referencia a las partidas destinadas al empleo, que en su opinión son irrisorias. «Es un atropello y vamos a seguir trabajando para que haya modificaciones. Les pedimos a todos los grupos que apoyen estas iniciativas de las mujeres», agregan.

Desde el Ateneo de Madrid, otra representante ha criticado que el desmantelamiento del Estado de Bienestar perjudica especialmente a la mujer, al mismo tiempo que ha pedido al PP que no confunda los conceptos de igualdad de oportunidades con la igualdad entre hombres y mujeres. «En los Presupuestos están confundidos», ha alertado.

SE VIOLA LA CONSTITUCIÓN

En nombre de la Izquierda Plural y junto con la diputada de IU, Ascensión de las Heras, el líder de IU, Cayo Lara, ha destacado que, con estos PGE, se viola el derecho a la igualdad recogido en la Constitución y que no se puede permitir que se dé marcha atrás en derechos conseguidos con el tiempo. «Parece que se quiere relegar a un segundo ó tercer plano a la mujer cada vez más», ha avisado.

A su juicio, el avance por la igualdad de la mujer se sustituye por más discriminación con los Presupuestos del Gobierno y con los recortes en la igualdad o violencia de género. «Vamos a dar la batalla de las mujeres y que no se debe resignar desde el punto de vista que no se puedan perder estos derechos», agrega.

Por parte del Grupo Socialista en el Congreso, la diputada Ángeles Álvarez ha señalado que este documento es «inapelable» y recoge un análisis de cómo afectan los presupuestos a las mujeres y unido a la reforma laboral supone una «auténtica sentencia de muerte» a los derechos de las mujeres españolas. Respecto a por qué sólo IU y PSOE acompañan a estas organizaciones feministas Álvarez ha puntualizado que «probablemente se trate de un tema de falta de sensibilidad».

Entre otras asociaciones participan con su firma: la Plataforma de mujeres en diversidad de la Comunidad de Madrid, Forum de Políticas Feministas, el Comité de culturas lesbianas, Derechos humanos de las mujeres y desarrollo, Asociación Mercedes Machado de Tenerife, Asociación de Mujeres por la Paz, Asociación de Mujeres de León Clara Campoamor, Plataforma feminista Ateneo de Madrid o Amatista entre otras.

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Muñecas adolescentes: el espejo de las niñas

En la España de la posguerra, las niñas españolas soñaban con ser como Mariquita Pérez, esa muñeca de misa dominical, regordeta y elitista, que tenía un inmenso guardarropa y disponía de centenares de complementos. No había entonces redes sociales ni clubes virtuales, pero sí concursos radiofónicos en los que se premiaba a quienes más se asemejaban en su pose, peinado e indumentaria. 70 años después, y pese a las mil vueltas que ha dado nuestro entorno cultural y social, el fondo continúa siendo el mismo: las niñas de ahora también quieren ser como sus muñecas, aunque hoy se llamen Barbie, Bratz o formen parte del fenómeno Monster High.

Las muñecas son siempre espejo del momento que nos toca vivir, reflejan los gustos de las niñas y, por extensión, de la sociedad. Que haya unas u otras depende, por tanto, de la noción de infancia y de las características de esta sociedad», señala Petra Pérez Alonso-Geta, catedrática de Teoría de la Educación en la Universidad de Valencia. Con ella coincide María Costa, directora de Pedagogía de la Asociación de Investigación de la Industria del Juguete (AIJU), quien apunta que las muñecas «tienen muchos niveles de análisis y lectura, y permiten ser soporte de todas las proyecciones y roles que el niño o la niña quieran hacerle asumir».

En este sentido, tenemos claramente diferenciadas dos tipos: por una parte, la muñeca bebé, con la que la niña –también el niño, pero en menor medida– adopta el rol de madre y cuidadora; por otra, la muñeca maniquí, y es esta la que verdaderamente viene a ser el reflejo social de una época, ya que la niña proyecta en ella lo que quiere ser de adolescente, de mayor. En España tuvimos nuestra propia muñeca maniquí, la Nancy, que en los anuncios televisivos de la época se presentaba como «una chica moderna, que trabaja» y que contaba no solo con todo tipo de trajes y complementos, sino también con su propio armario. Entrábamos en la década de los 70 y había nacido un icono. «La maniquí es claramente portadora de las modas de una época y reflejo de una estética», continúa María Costa. «A través de su evolución podemos ver cómo han sido los cambios sociales».

Para Coral Herrera, doctora en Comunicación Audiovisual y autora del libro Más allá de las etiquetas, las maniquíes son reflejo «de un sistema en el que a las niñas se las ha educado para que estuvieran bonitas: mientras a los niños se les reconoce su habilidad para hablar, contar, saltar o correr, a ellas se les dice lo mono que les queda el vestidito o sus complementos. Por ejemplo, yo me crié con el referente de belleza de la Barbie y pensé que, de adulta, sería como ella: delgada, tetona, alta. Hasta que leí que sus medidas son inhumanas y que, si fuera real, no podría ni caminar».

Aun así, estas formas irreales estuvieron durante 40 años en el inconsciente de millones de niñas. Hasta que llegaron las Bratz, con un look mucho más «rompedor», en palabras de Lourdes Ventura, escritora y autora de La tiranía de la belleza y La mujer placer: «En nuestra época ha perdido prestigio la imagen de la niña formalita y se ha pasado a valorar a las chicas malas que tienen un aspecto menos encorsetado. De igual modo, las muñecas elegantes dieron paso a las Bratz».

La estética malota de estas muñecas refleja este cambio, asegura la escritora. «Son también irreales en sus proporciones, con una enorme cabeza y cuerpos excesivamente delgados, cuerpos propios de algunas mujeres anoréxicas. Pero, además, se ha dotado a sus rostros de la artificialidad contemporánea, con labios que parecen previamente siliconados y pestañas exageradas. Y, por supuesto, su función está en recordar a las niñas lo divertido que es ser víctimas de la moda».

Las Bratz arrinconaron a la Nancy y a la Barbie más modosita, aunque esta contraatacó y volvió a recuperar parte del terreno perdido. Pero el mercado acaba de ofrecer el relevo en forma de muñecas góticas, vampíricas y zombis que han arrasado entre las niñas de todo el mundo. Son las Monster High, que, explica María Costa, «no surgen como evolución de las Bratz, sino como un fenómeno de moda muy relacionado con que tres años antes apareciera la saga Crepúsculo, que primero tuvo un enorme impacto en los jóvenes, más tarde en los adolescentes y, por último, en las hermanas más pequeñas». En principio, la aportación de las Monster High es que no surgen como muñecas, sino que detrás de cada una de ellas hay toda una historia –la hija del hombre-lobo, del fantasma de la ópera, de Drácula…– que propiciaría una identificación infantil, tanto social como psicológica. Ahora bien, por mucha historia fantasmagórica, mitológica o novelesca que arrastren tras de sí, las Monster High continúan perpetuando el modelo iniciado por Barbie y continuado por las Bratz: el de ser irresistiblemente sexies. Así, por ejemplo, Clawdeen Wolf, toda ella cubierta de pelo, reconoce que depilarse y afeitarse «es un trabajo a tiempo completo, pero es un pequeño precio a pagar por ser aterradoramente fabulosa». ¿Y cuál es su actividad favorita? «Ir de compras y ligar con los chicos».

«Con estas muñecas se está recreando el mundo del monstruo, pero, al mismo tiempo, se les otorga unos atributos totalmente femeninos, que son los que las niñas demandan, con los que se quieren identificar», señala Petra Pérez. Lourdes Ventura coincide con ella y apunta que «algo en lo que no se ha cambiado es en que todas estas muñecas están muy sexualizadas. Y las Monster High aportan ese erotismo negro propio de lo gótico, de Alaska o de Morticia Adams, cargado también de humor. El mercado no inventa nada, sigue la realidad: se dio cuenta de que las niñas de 12 años habían cambiado, que se inspiraban en las angelinas jolie del cómic. Y, rápidamente, se lo ofertó».

Esta sexualización de las muñecas viene acompañada del fenómeno conocido como KGOY –‘kids getting older younger’–, una realidad sociológica que está ahí y es innegable: los niños se hacen mayores antes. Es una sexualización más temprana, especialmente en las niñas, que afecta a ropa, estilos de vida y a las muñecas, explica María Costa. «Las niñas buscan identificación a través de las muñecas. Las Monster High, sin ser muy mayores, no son tan exuberantes físicamente como las Bratz, pero mantienen los elementos diferenciales de ropa muy sexy y muy actual. Pero su éxito estaría más en que brindan la posibilidad de identificación en distintos personajes que tienen que ver con perfiles sociales infantiles».

El problema, apunta Petra Pérez, es que «la búsqueda de la identidad es algo propio de la adolescencia y lo estamos adelantando. En estos momentos, las niñas ya se identifican prematuramente con modelos que recrean unos estereotipos de género brutales. Me apena que muchas niñas que están abriéndose a la preadolescencia empiecen ya a vestirse buscando la seducción». Trasladado este fenómeno al mundo televisivo, tenemos ejemplos como el de la serie argentina Patito feo, en donde los cánones de belleza dividían a las chicas del instituto entre las populares –las normalitas– y las divinas, que eran guapas, seductoras y vestían a la última.

Así, mientras con otras la niña jugaba a simbolizar cómo iba a ser ella de mayor, las últimas la incitan a pensar: «Yo quiero ser ya así». La Barbie representaba a una mujer de al menos 25 años; las Bratz son jóvenes recientes, de unos 18 años; y las Monster High, apenas chiquillas de entre 12 y 16 años, las que están en la ESO. «Este descenso en la edad tiene que ver con el fenómeno KGOY, pero no solamente en cuanto a ponerse ropa más sexy, sino al hecho de buscar aspiracionalmente a la hermana mayor. Se han ido al momento justo del yo quiero estar en Secundaria, elegir mi ropa. Es ese instante clave de identificación que buscan las niñas de primaria. Y han dado en el clavo», termina María Costa.

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